Bruno Unna (2007): El cerezo |
“Había una casa con un
cerezo enorme en el jardín, repleto de fruta madura. Una anciana recogía las
cerezas. Debió de recoger quince o veinte kilos, y aún quedaban más en el árbol.
“Me acerqué a ella, sobre
todo porque nunca había visto un árbol así en Sarajevo, no tenía ni idea de que
aquí crecían cerezos. “Es un árbol precioso”, le dije, y ella me contó que su
madre lo había plantado de joven, y que siempre había dado buena fruta. Recogía
las cerezas con sus nietos, pero estaba un poco preocupada, porque a los niños
no se les puede dar solo alimentos dulces. Le sugerí que vendiera parte de las
cerezas y me contestó que tal vez lo hiciera.
“Por pura casualidad,
pocos días después Jovan me trajo sal que había conseguido no sé dónde, una
bolsa inmensa de cinco kilos. Era mucho más de lo que necesitábamos y de lo que
íbamos a consumir jamás. Pensé en la mujer, y fui a llevarle un kilo.
El semblante de Emina es
relajado, y su voz, suave. Dragan no sabe cuál es el mensaje de la historia que
le narra, pero se alegra de que lo esté haciendo.
-La mujer se puso
contentísima. Nunca había visto a nadie sonreír tanto. De hecho, me abrazó. Más
de un kilo de sal. Cuando ya me iba me dio dos baldes enormes llenos de
cerezas- “Pero no voy a poder comerme todo esto. No tengo hijos, solo somos mi
marido y yo”, le dije. Pero ella insistió:”Regálalas –dijo-.Hazlo que quieras
con ellas. Tengo más de las que necesito”. De modo que se las regalé a mis
vecinos, pequeñas cestas a diez familias diferentes.
-Fuiste muy buena
regalándole la sal –dice Dragan con sinceridad.
-No la necesitaba. Ella
tampoco tenía por qué regalarme las cerezas. –Emina se encoge de hombros-. ¿No
es así como se supone que debemos comportarnos? ¿No es así como éramos antes?
GALLOWAY, Steven (2008):
El violonchelista de Sarajevo. El Aleph Editores, Modernos y clásicos de El
Aleph: Barcelona. Páginas 91-92.
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