dimecres, 26 de desembre del 2012

La muerte de Amalia Sacerdote

Danilo Arigo (2011): Il gambero solitario
Un asunto organizado aprovechando la ausencia de Carlo. Y desde luego organizado a petición de Giulia, Mariella nunca se habría permitido hacer semejante feo a su amiga. Consiguió abrir la boca solo cuando ella se sentó delante de él.
-Hola –dijo con la voz seca.
Una vez que la había mirado, ya no conseguía quitarle los ojos de encima. Desde la noche en que ella, en la mesa, le había dicho que estaba enamorada, no se habían visto cara a cara, como ahora. Se dio cuenta, mientras Giulia se llevaba a los labios el vaso donde le había servido el aperitivo, de que la mano le temblaba ligeramente. Y él tuvo que hacer un esfuerzo enorme para mantener la botella en la dirección correcta, evitando verter el aperitivo sobre el mantel.
-Aquí estoy –dijo Mariella, posando la sopera sobre la mesa-. Pasadme los platos.
Pescado caldoso, excelente. Las primeras cucharadas, en silencio. Como si nadie tuviera ganas o fuerzas de romperlo. Giulia fue la primera en hablar:
-¿Cómo está Gianfranco?
Era el hijo de Mariella y Carlo, un pequeño de siete años.
-Está bien, se ha quedado en casa de los abuelos.
-¿Y… Carlo? –continuó Giulia.
¿Por qué había vacilado al hacer esa pregunta? Instintivamente, Micherle miró a Mariella. Los ojos se le habían ensombrecido. No llegó a responder porque, en otra habitación, se oyó sonar el teléfono.
-Perdonad –dijo Mariella, levantándose y saliendo.
-Carlo no está bien –explicó Giulia.
-¿Qué tiene?
-Algo del corazón. Deberían operarlo. Mariella está muy preocupada.
-¿Es algo grave? Hoy en día…
-El problema es Carlo. Tiene demasiado miedo de la operación, que en sí es una tontería. Lo va aplazando, cada día tiene una excusa.
Volvió Mariella.
-Era Carlo. Está bien.
A pesar de que el pescado estaba verdaderamente bueno, los tres dejaron el plato a medias. Por una cosa o por otra, nadie tenía ganas de comer. El resto de la cena se transformó poco a poco en un velatorio. Cada tema de conversación, después de algunos minutos, se quedaba sin cuerda, como los gramófonos a manivela de antaño, y acababa sin conclusiones, con una especie de amortiguado murmullo.

CAMILLERI, Andrea (2011): La muerte de Amalia Sacerdote. RBA: Barcelona. Páginas 84-85.
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